El Estudiante, giugno 1925, pagina 12
Nuestros Heroes
Matteotti
Hace unos días se renovó en el mundo entero, al cumplirse un año de su asesinato, la protesta contra este nuevo crimen de la tiranía y el homenaje a la memoria, ya consagrada, del mártir italiano. Su espíritu y el espíritu de su hecho heroico y el de la causa de libertad y de justicia social a que ofrendó su vida siguen vibrando como en la primera hora de la repulsa universal y clamorosa que provocó el crimen. Y el luchador asesinado ha vencido del tirano homicida, porque la voz del muerto sigue resonando como un imperativo irreductible de justicia bajo la opresión.
El asesinato de Matteotti «por razón de Estado» es altamente ejemplar y revelador para quien quiera conocer los métodos de una dictadura cuyo poder descansa en el reclutamiento de hordas armadas, al margen de toda ley y de toda responsabilidad.
Matteotti, diputado socialista menos complaciente que los bien acomodados de otros países, era incomputible con un régimen de exaltado despotismo. Se le temía por su energía indomable, por su inflexible voluntad de lucha y se le temía sobre todo por su documentación; porque en sus manos había hechos secretos y reveladores, fatales confidencias que era necesario hacer desaparecer a todo trance. Es la vieja y eterna historia de las tiranías. Pocos días después de pronunciar en el Parlamento un violento discurso antifascista; y cuando se disponía a seguir dando a la luz las tenebrosidades de la dictadura, es secuestrado una tarde, en pleno día, en una plaza pública de Roma, por cuatro sayones que en un automóvil se lo llevaron al suplicio y a la muerte. De los varios testigos de esta escena, ni uno sólo previene a la policía. Veinticuatro horas después, la mujer del diputado denuncia la desaparición.
Las pesquisas comienzan. Primero, insensiblemente. Luego, ante las insistencias y la emoción de la Cámara y del país, con aparente intensidad. Aparece el automóvil y es detenido uno de los asesinos, un fascista, «amigo» de la intimidad de uno de los cuatro directores del partido, el siniestro Rossi, jefe del Gabinete de prensa. Se descubre que el automóvil fué facilitado por otro conspicuo, al director del Corriere Italiano, el más importante diario fascista, y que pertenece al servicio oficial del ministro de Gobernación. Fugas, dimisiones; algunas detenciones sobre el papel. El asesino Dumini se jacta de haber llegado a la docena de crímenes y amenaza con hacer revelaciones de sus poderdantes.
La emoción es vivísima en toda Italia y trasciende al mundo entero, un poco apagada en aquellos países que viven también en régimen de opresión. El sitio en que Matteotti fué secuestrado, se cubre un día y otro, incesantemente, de flores y coronas. Al fin se descubre el cadáver, por los esfuerzos incansables del partido que logra encontrar las huellas, y su estado revela la crueldad y la barbarie sádica de los asesinos.
Encima de este panorama de horror, la sombra, el silencio, la impunidad; el aire de vida de todo despotismo. Y como el régimen no descansa enla opinión, enla voluntad social,sinoen la violencia de las hordas armadas, el hecho espantoso que debía haberlo sepultado en el odio del país, remacha su supremacía y echa un nuevo eslabón a la cadena.
El hombre quitado de en medio se convierte en un dios, en un mártir mitológico y legendario. Pero los dioses no estorban mucho a los tiranos, que sólo temen a los hombres. Por eso la dictadura italiana pudo oir con absoluta indiferencia aquellas palabras ardientes de Turati, que hablaban desde el Parlamento a la conciencia de los hombres libres: «Matteotti no es un muerto, no es un vencido, no es un descartado. Esta aquí, entre nosotros, presente y luchador. ¡Su espíritu es acusador, vengador y juez!» A los gobernantes del momento les bastaba que con el cadáver de Mateotti se echase tierra a las temidas revelaciones sensacionales, a aquellos descubrimientos (nombres y hechos) de altas personalidades fascistas de banqueros y tahúres, interesados en fantásticos negocios petrolíferos y en la explotación de casas de juego y de otros lucrativos filones.
El sacrificio de Matteotti es el de nuestro Layret, el de cuantos pretenden mantenerse dignos, con una dignidad de acción y de lucha, entré las sombras de una tiranía. Su martirio y su nombre redimirá a la Italia fascista y al mundo oprimido de esta triste época fugaz.
Nuestros Heroes
Matteotti
Hace unos días se renovó en el mundo entero, al cumplirse un año de su asesinato, la protesta contra este nuevo crimen de la tiranía y el homenaje a la memoria, ya consagrada, del mártir italiano. Su espíritu y el espíritu de su hecho heroico y el de la causa de libertad y de justicia social a que ofrendó su vida siguen vibrando como en la primera hora de la repulsa universal y clamorosa que provocó el crimen. Y el luchador asesinado ha vencido del tirano homicida, porque la voz del muerto sigue resonando como un imperativo irreductible de justicia bajo la opresión.
El asesinato de Matteotti «por razón de Estado» es altamente ejemplar y revelador para quien quiera conocer los métodos de una dictadura cuyo poder descansa en el reclutamiento de hordas armadas, al margen de toda ley y de toda responsabilidad.
Matteotti, diputado socialista menos complaciente que los bien acomodados de otros países, era incomputible con un régimen de exaltado despotismo. Se le temía por su energía indomable, por su inflexible voluntad de lucha y se le temía sobre todo por su documentación; porque en sus manos había hechos secretos y reveladores, fatales confidencias que era necesario hacer desaparecer a todo trance. Es la vieja y eterna historia de las tiranías. Pocos días después de pronunciar en el Parlamento un violento discurso antifascista; y cuando se disponía a seguir dando a la luz las tenebrosidades de la dictadura, es secuestrado una tarde, en pleno día, en una plaza pública de Roma, por cuatro sayones que en un automóvil se lo llevaron al suplicio y a la muerte. De los varios testigos de esta escena, ni uno sólo previene a la policía. Veinticuatro horas después, la mujer del diputado denuncia la desaparición.
Las pesquisas comienzan. Primero, insensiblemente. Luego, ante las insistencias y la emoción de la Cámara y del país, con aparente intensidad. Aparece el automóvil y es detenido uno de los asesinos, un fascista, «amigo» de la intimidad de uno de los cuatro directores del partido, el siniestro Rossi, jefe del Gabinete de prensa. Se descubre que el automóvil fué facilitado por otro conspicuo, al director del Corriere Italiano, el más importante diario fascista, y que pertenece al servicio oficial del ministro de Gobernación. Fugas, dimisiones; algunas detenciones sobre el papel. El asesino Dumini se jacta de haber llegado a la docena de crímenes y amenaza con hacer revelaciones de sus poderdantes.
La emoción es vivísima en toda Italia y trasciende al mundo entero, un poco apagada en aquellos países que viven también en régimen de opresión. El sitio en que Matteotti fué secuestrado, se cubre un día y otro, incesantemente, de flores y coronas. Al fin se descubre el cadáver, por los esfuerzos incansables del partido que logra encontrar las huellas, y su estado revela la crueldad y la barbarie sádica de los asesinos.
Encima de este panorama de horror, la sombra, el silencio, la impunidad; el aire de vida de todo despotismo. Y como el régimen no descansa enla opinión, enla voluntad social,sinoen la violencia de las hordas armadas, el hecho espantoso que debía haberlo sepultado en el odio del país, remacha su supremacía y echa un nuevo eslabón a la cadena.
El hombre quitado de en medio se convierte en un dios, en un mártir mitológico y legendario. Pero los dioses no estorban mucho a los tiranos, que sólo temen a los hombres. Por eso la dictadura italiana pudo oir con absoluta indiferencia aquellas palabras ardientes de Turati, que hablaban desde el Parlamento a la conciencia de los hombres libres: «Matteotti no es un muerto, no es un vencido, no es un descartado. Esta aquí, entre nosotros, presente y luchador. ¡Su espíritu es acusador, vengador y juez!» A los gobernantes del momento les bastaba que con el cadáver de Mateotti se echase tierra a las temidas revelaciones sensacionales, a aquellos descubrimientos (nombres y hechos) de altas personalidades fascistas de banqueros y tahúres, interesados en fantásticos negocios petrolíferos y en la explotación de casas de juego y de otros lucrativos filones.
El sacrificio de Matteotti es el de nuestro Layret, el de cuantos pretenden mantenerse dignos, con una dignidad de acción y de lucha, entré las sombras de una tiranía. Su martirio y su nombre redimirá a la Italia fascista y al mundo oprimido de esta triste época fugaz.
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